Análisis parte II
El clímax
La entrevista llegó a su punto más crítico el 28 de marzo de 1977, en la tercera ronda de los encuentros. El miedo del equipo de Frost aumentaba, ya que Nixon había podido eludir magistralmente sus errores en Vietnam, lo que hacía presagiar una aplastante victoria en los temas en que Nixon fue asertivo a la hora de tomar decisiones durante su gestión como presidente de los Estados Unidos. Nixon era más presidenciable que nunca, puesto que mucha gente reconocía que el ex presidente había tenido un tiempo difícil y que Estados Unidos se encontraba en una “revolución”, afirmación del propio Nixon, que ganaba adeptos y enervaba los ánimos de su vuelta a la primera fila política.
5 días antes de la última entrevista el pesimismo embargaba el entorno de Frost. El animador de televisión comenzaba a preguntarse con qué propósito había intentado tal hazaña comunicacional, viéndose en un escenario con la reputación más baja de toda su carrera, al haber tratado de lograr la confesión de Nixon con nula experiencia en temas políticos. A ello se sumaba la clausura de su programa en Australia, dada su prolongada ausencia y el escaso apoyo que tenía por parte del directorio, lo cual le cerró las puertas a un Frost que estaba ad portas de un descalabro. La esperanza comenzaba a apagarse en el rostro de uno de los pocos que nunca dejó de creer.
5 días antes de la última entrevista el pesimismo embargaba el entorno de Frost. El animador de televisión comenzaba a preguntarse con qué propósito había intentado tal hazaña comunicacional, viéndose en un escenario con la reputación más baja de toda su carrera, al haber tratado de lograr la confesión de Nixon con nula experiencia en temas políticos. A ello se sumaba la clausura de su programa en Australia, dada su prolongada ausencia y el escaso apoyo que tenía por parte del directorio, lo cual le cerró las puertas a un Frost que estaba ad portas de un descalabro. La esperanza comenzaba a apagarse en el rostro de uno de los pocos que nunca dejó de creer.
Pero una llamada cambió todo. Richard Nixon telefoneó en la madrugada a un agotado y decepcionado David Frost, que vio una luz de esperanza con los dichos del ex presidente. Fue una conversación casi en monólogo. Frost escuchaba atentamente las reflexiones de Nixon en torno al motivo que los reunía en una entrevista. El éxito y el fracaso, la delgada línea entre ambos horizontes y la presión social de llegar a lo más alto sin importar los medios, eran algunos de los comentarios que hacía el estadounidense y su experiencia como político en lo gloria y al mismo tiempo, envuelto en el escándalo más grande del cual Estados Unidos tenga memoria.
El desenlace
Frost/Nixon. Sólo uno podía llevarse la victoria, y eso, bien lo sabía el ex presidente y el animador de televisión al comenzar las entrevistas. Y la clave comenzaba a aparecer en la mente del inglés. Watergate y la revisión exhaustiva de las grabaciones, eran la llave al hundimiento de Nixon y la gloria para un debilitado David Frost. En los registros, Nixon ordenaba a su equipo el control total de los periódicos de Los Angeles y el movimiento de los líderes del comando opositor, para conocer sus pasos y luego de su supuesta reelección, “hacerles la vida difícil” a todos los que se opusieron de manera frontal a su estancia en el poder.
El 22 de abril de 1977, llegaba el cuarto y último día de entrevistas con un Nixon expectante ante las preguntas que pudiera hacer Frost en la ronda más complicada e histórica del último siglo. Aquella intervención no sólo cambiaría la relación del periodismo con la política, sino que sentaría el precedente del primer presidente en renunciar a su cargo en Estados Unidos, admitiendo su culpabilidad y acabando con toda señal de su vuelta a un cargo público, del cual abusó de manera indefectible y consciente.
Frost utilizaba inteligentemente palabras controversiales como la obstrucción a la justicia, el abuso de poder y el espionaje al partido opositor de forma totalmente ilegal y criminal. Al mismo tiempo, en conversaciones previas al reconocimiento de Nixon de no saber nada de Watergate antes del 21 de marzo de 1972, existían afirmaciones registradas del ex presidente sobre la extracción de dinero, la prohibición de que su equipo hablara y la misión de su abogado de retirar más de 200.000 dólares para supuestos fondos benéficos inexistentes.
El 22 de abril de 1977, llegaba el cuarto y último día de entrevistas con un Nixon expectante ante las preguntas que pudiera hacer Frost en la ronda más complicada e histórica del último siglo. Aquella intervención no sólo cambiaría la relación del periodismo con la política, sino que sentaría el precedente del primer presidente en renunciar a su cargo en Estados Unidos, admitiendo su culpabilidad y acabando con toda señal de su vuelta a un cargo público, del cual abusó de manera indefectible y consciente.
Frost utilizaba inteligentemente palabras controversiales como la obstrucción a la justicia, el abuso de poder y el espionaje al partido opositor de forma totalmente ilegal y criminal. Al mismo tiempo, en conversaciones previas al reconocimiento de Nixon de no saber nada de Watergate antes del 21 de marzo de 1972, existían afirmaciones registradas del ex presidente sobre la extracción de dinero, la prohibición de que su equipo hablara y la misión de su abogado de retirar más de 200.000 dólares para supuestos fondos benéficos inexistentes.
El punto de quiebre
Nixon comenzó a delatarse al afirmar que muchas veces, el presidente debe hacer cosas indebidas o ilegales por los intereses de una nación. Era el principio del fin. El republicano se contradecía y no tenía más argumentos que admitir sus errores, apelando a querer el bien del país que dirigió. “Cuando el presidente lo hace, no es ilegal” fueron las palabras explícitas de un Nixon que dejó atónito a Frost y a 45 millones de personas que vieron en su ex presidente, un hombre que abusó del poder y pasó por alto la ley.
La presión no podía ser más en los hombros de Nixon, por lo que Frost, pujó con una pregunta simple y magistral. “En ese caso, ¿admite usted de una vez por todas, que fue parte de un encubrimiento y que quebrantó la ley?” Al verse en una encrucijada, Nixon, protegido por su equipo por un instante, tuvo que reconocer sus errores y la violación a las leyes dentro del marco político, algo que ni siquiera el presidente podía pasar por alto.
Era el clímax de una entrevista apetecida e histórica. Frost había logrado su cometido y retiró de manera definitiva a Richard Nixon, un experimentado político y de las comunicaciones, que debió enfrentarse a un inexperto David Frost, pero que, en palabras de Bob Zelnick, tenía una ventaja sobre el resto de las personas, David Frost “entendía la televisión”.
Era el momento del antes y el después para Nixon. Su equipo de asesores lo sabía, él lo sabía. No tenía otra opción más que volver a sentarse y terminar la entrevista, concediendo, dado los hechos irrefutables, su confesión de culpa y su ingreso al anonimato en las más completa vergüenza política de carácter histórico, para un país que debió mirar la cara de un Nixon absolutamente sorprendido por la situación y por la única opción que le quedaba: admitir que se había equivocado.
Frost le pidió a Nixon decir tres cosas: reconocer que hubo un crimen, admitir el abuso de poder y mirar a los ojos al pueblo norteamericano y afirmar que los sometió a dos años de “agonía” producto de la guerra de Cambodia y Vietnam, la cual le costó la vida a miles de estadounidenses. A ello, Nixon respondió que cometió errores, “horrendos, que no son dignos de un presidente”, además del encubrimiento, del cual fue parte, asumiendo su “profundo arrepentimiento”.
“Nadie sabe lo que se siente renunciar a la presidencia”, fueron las palabras de un Nixon irreconocible. Frost logró encajar una pregunta que logró conmover a Nixon, cuestionándolo por el pueblo americano. El ex presidente logró decir al fin, “los defraudé”, “defraudé a mis amigos, defraudé a un país, y lo peor de todo, defraudé a nuestro sistema de gobierno”.
“Mi vida política ha llegado a su fin”. Richard Nixon, implacable durante toda su carrera, tocaba el corazón de los norteamericanos, admitiendo sus errores, la decepción que causó y la tristeza que llevaría por el resto de su vida, cargando con una culpa difícil de soportar para el único presidente que debió renunciar por un caso de corrupción ineludible.
David Frost tocaba el cielo, pero más que eso, se plasmaba el poder de la televisión, el poder de preguntas claves y el poder de una imagen difícil de olvidar, el enfoque al rostro de Nixon, tocado por la soledad, embargado por la decepción, y atrapado en una culpa que la historia no liberara jamás.
La presión no podía ser más en los hombros de Nixon, por lo que Frost, pujó con una pregunta simple y magistral. “En ese caso, ¿admite usted de una vez por todas, que fue parte de un encubrimiento y que quebrantó la ley?” Al verse en una encrucijada, Nixon, protegido por su equipo por un instante, tuvo que reconocer sus errores y la violación a las leyes dentro del marco político, algo que ni siquiera el presidente podía pasar por alto.
Era el clímax de una entrevista apetecida e histórica. Frost había logrado su cometido y retiró de manera definitiva a Richard Nixon, un experimentado político y de las comunicaciones, que debió enfrentarse a un inexperto David Frost, pero que, en palabras de Bob Zelnick, tenía una ventaja sobre el resto de las personas, David Frost “entendía la televisión”.
Era el momento del antes y el después para Nixon. Su equipo de asesores lo sabía, él lo sabía. No tenía otra opción más que volver a sentarse y terminar la entrevista, concediendo, dado los hechos irrefutables, su confesión de culpa y su ingreso al anonimato en las más completa vergüenza política de carácter histórico, para un país que debió mirar la cara de un Nixon absolutamente sorprendido por la situación y por la única opción que le quedaba: admitir que se había equivocado.
Frost le pidió a Nixon decir tres cosas: reconocer que hubo un crimen, admitir el abuso de poder y mirar a los ojos al pueblo norteamericano y afirmar que los sometió a dos años de “agonía” producto de la guerra de Cambodia y Vietnam, la cual le costó la vida a miles de estadounidenses. A ello, Nixon respondió que cometió errores, “horrendos, que no son dignos de un presidente”, además del encubrimiento, del cual fue parte, asumiendo su “profundo arrepentimiento”.
“Nadie sabe lo que se siente renunciar a la presidencia”, fueron las palabras de un Nixon irreconocible. Frost logró encajar una pregunta que logró conmover a Nixon, cuestionándolo por el pueblo americano. El ex presidente logró decir al fin, “los defraudé”, “defraudé a mis amigos, defraudé a un país, y lo peor de todo, defraudé a nuestro sistema de gobierno”.
“Mi vida política ha llegado a su fin”. Richard Nixon, implacable durante toda su carrera, tocaba el corazón de los norteamericanos, admitiendo sus errores, la decepción que causó y la tristeza que llevaría por el resto de su vida, cargando con una culpa difícil de soportar para el único presidente que debió renunciar por un caso de corrupción ineludible.
David Frost tocaba el cielo, pero más que eso, se plasmaba el poder de la televisión, el poder de preguntas claves y el poder de una imagen difícil de olvidar, el enfoque al rostro de Nixon, tocado por la soledad, embargado por la decepción, y atrapado en una culpa que la historia no liberara jamás.
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