sábado, 25 de abril de 2009

Frost/Nixon: relato y análisis de una entrevista que impactó al mundo entero



La década de los setenta fue controversial y escandalosa para el ámbito político en Estados Unidos. La presidencia del republicano, Richard Nixon tuvo su punto culmine cuando estalló el caso de Watergate, al salir a la luz pública, el espionaje, sabotaje y abuso de poder por parte del gobierno de Nixon para lograr su cometido de ser reelegido presidente de Estados Unidos en 1972.

Luego de su dimisión en 1974, Richard Nixon optó por el absoluto silencio en los medios, aguardando por una opción real de dar a cononocer su versión e impresión sobre las razones que lo llevaron a renunciar a su cargo, hecho sin precedentes en la historia estadounidense. Tres años más tarde, David Frost conseguió persuadir a Nixon de darle la exclusiva, en cuatro entrevistas de dos horas de duración, donde abarcarían el pasado del ex presidente, su biografía y porsupuesto, el escándalo de Watergate y su implicancia en el hecho que lo llevaría al retiro absoluto de su vida política.


El análisis : parte I

Richard Nixon, ex presidente de los Estados Unidos; David Frost, presentador y animador de la televisión británica; y una cámara, testigo ocular del hecho político que escandalizó al mundo, son los tres protagonistas de una historia que desencadenó una batahola política en Estados Unidos, sellando el futuro de Nixon, y marcando el antes y el después de una era comunicacional que transformaría la relación de la política con los medios.

La película Frost/Nixon, escrita y dirigida por Ron Howard y protagonizada por Frank Langella, Michael Sheen y Sam Rockwell, relata el proceso que terminó por sentar frente a frente, a un “inofensivo” animador inglés, y al ex presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon, único mandatario de la historia norteamericana en renunciar a su cargo por un escándalo político de proporciones, que lo obligó a dejar de manera anticipada la Casa Blanca en 1974, en absoluta impunidad.

En Australia, David Frost se enteró del hecho ocurrido en Estados Unidos, y viendo la gran oportunidad que tenía en sus manos, se encomendó el objetivo de lograr la exclusiva con el implacable Nixon, que por tres años, no permitió ninguna entrevista a ningún medio de comunicación, guardando celosamente sus impresiones sobre Watergate y su implicancia en el caso que le cerró las puertas a su vida política.

La clave era simple para Frost; ofrecerle a Nixon algo que ningún otro medio o entrevistador pudiera, sumado a su escasa reputación como un “peso pesado” de las entrevistas políticas, el inglés asomaba como una presa fácil para ofrecer los hechos de la boca del ex presidente, y una fuente de mucho dinero. El animador de televisión le ofreció $ 500.000 dólares por la entrevista, dinero que tuvo que aumentar a $ 600.000 para la aceptación definitiva de Nixon y su equipo de asesores, que lo instó a aceptar la entrevista, dada las condiciones favorables y el dinero en juego.

Swifty Lazar, asesor y agente de Richard Nixon, logró persuadir al ex presidente de aceptar la entrevista de David Frost, por la poderosa razón de su desconocimiento ante tal evento político, en desmedro de los experimentados periodistas de la cadena CBS, que le ofrecían hasta $ 350.000 dólares, pero una verdadera batalla campal con el objetivo de lograr la confesión de Nixon, sinónimo de dinero y audiencia de inimaginable proporción.

En 1976, en Nueva York, David Frost, en compañía de su productor y amigo, John Birt, comenzaron su periplo camino al gran encuentro con Richard Nixon. A su equipo, se le sumó el escritor y gran crítico de Nixon, James Reston Jr. y el hombre de las noticias de la cadena ABC, Bob Zelnick, encargados de reunir todo el material de estudio para las preguntas que se le harían al ex presidente en la serie de entrevistas pactadas para 1977.

En la reunión previa a las entrevistas, David Frost no tenía patrocinadores. Tenía un contrato por $600.000 dólares, de los cuales tuvo que pactar $250.000 en un cheque propio sin fondos para esa cantidad, ejemplificando el ímpetu de lograr la confesión de Nixon, ateniéndose al tremendo riesgo que significaba subirse a un tren que lo podría llevar a la ruina total, o al éxito comunicacional más grande del que se tenga memoria.

Pero el proceso no sería fácil. Los propósitos de Frost en un principio, fueron meramente lucrativos y por el éxito personal. Sin embargo, el equipo que lo acompañó, lo hizo ver más allá, y entender la tremenda oportunidad que tenía a su haber. Tendría frente a él, por largas horas, al político más cuestionado del último siglo, con la opción de lograr que confesara sus culpas, y le admitiera a todo el mundo sus errores, aciertos y la devaluación que logró darle al sillón de la Casa Blanca. Sin duda, una confesión que Nixon nunca esperó dar, y que Frost logró extraer.

Por largos meses, la preparación fue exhaustiva, revisando la carrera de Nixon de principio a fin, presionados por la coyuntura, el miedo al fracaso, y la popularidad de la que gozaba Frost en esos años, ya que muchos canales de televisión y periodistas, vieron en su objetivo, una verdadera broma, guardando nulas esperanzas de que un presentador inglés de televisión pudiera poner en aprietos al hábil y experimentado Richard Nixon.

El hotel Beverly Hills sería el epicentro del equipo de Frost para preparar el material de las entrevistas. En enero de 1977, Frost, Birt, Zelnick y Reston se preparaban para llevar a cabo el asalto comunicacional de sus vidas, con muchos sobre saltos en el camino, que incluso hicieron peligrar la estabilidad de un grupo que logró su cometido cuando las esperanzas se esfumaban.



La entrevista

Verano de 1977. Frost frente a Nixon. Una entrevista que cambiaría el curso del siglo. El primero de los encuentros se llevó a cabo el 23 de marzo. Con dos horas por grabar, Frost se dio cuenta que se encontraba frente a un hueso difícil de roer por donde lo mirara. Cada pregunta la desviaba a sus logros, y los hechos que oscurecieron su gestión, plasmados inteligentemente por Frost, los transformaba amparado en la difícil coyuntura que vivía Estados Unidos en la década de los setenta.

Richard Nixon sabía a lo que iba y tenía plena conciencia del poder de la entrevista, ya que de salir airoso, podría darle nuevos aires a sus aspiraciones políticas del futuro, teniendo en cuenta lo importante que resultaban sus dichos y la convicción de jamás reconocer su incidencia en Watergate, arma de doble filo. Nixon estaba ante dos caminos, el del fracaso y el retiro político, o la vuelta del presidente en la pelea por la Casa Blanca una vez finalizado el escándalo.

La táctica de Nixon era tan fascinante como simple. Alargaba las respuestas de manera que se desvirtuara totalmente, y la táctica de Frost de darle en algún punto débil de su gestión, no lograra el éxito esperado. A ello, se sumaba el factor del tiempo, ya que eran dos horas, por lo que cada pregunta no podía pasar de los cinco minutos, números que manejaba a la perfección el ex presidente. No dejaba entrar a Frost en ningún momento de la intervención, argumentando sus respuestas con recuerdos anteriores a su mandato que incluso, no tenían relación con la pregunta ni menos con la base de la respuesta.

Frost se encontraba con complicaciones financieras, perdiendo importantes patrocinadores, dada la escasa credibilidad que poseía el inglés en la arena política comunicacional. Luego de la primera entrevista, los dos millones de dólares que necesitaba reunir, estaban lejos de ser concretos, ya que sólo tenían reunido el 30% de ese dinero, factor que aumentaba la desesperación de Frost y su equipo, que con el paso de las horas, perdía la fe en un proyecto condenado mucho antes de comenzar.

Las entrevistas se hacían tediosas y largas; Frost no lograba encajar con la pregunta adecuada, y Nixon se hacía presidenciable una vez más. Con la elevada convicción de sus palabras, el ex presidente ganaba adeptos, sensibilizaba a sus opositores e imprimía en su discurso, pedidos implícitos del perdón y una nueva oportunidad de comandar un país que lo eligió y que sufrió una decepción que comenzaba a desaparecer gracias al manejo magistral de Nixon ante las cámaras, hundiendo a Frost, financiera y mediáticamente.

Vietnam, Cambodia y Watergate eran los puntos fuertes del cuestionario de Frost, pero Nixon sabía redondear las preguntas y envolver sus errores en aciertos de acuerdo a la situación mundial de ese entonces. Alargando al máximo, sacando de contexto sus respuestas y presionando a Frost, el ex presidente entraba en tierra derecha a conseguir un éxito mediático que lo podría haber catapultado al olimpo político más temprano que tarde.

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