Felipe Cruzat, un niño que lleva poco más de dos meses esperando por un donante de corazón, está al borde de la muerte. Han sido días de pesadilla para sus familiares, que no han podido encontrar una mano milagrosa que de con el órgano requerido por el pequeño, que agoniza ante la escasa posibilidad de encontrar un corazón a tiempo.
Los médicos no auguran nada bueno para el menor, y peores son las pretensiones de sus padres, que ya han entregado toda su entereza al destino, que poco y nada puede cambiar de aquí al desenlace definitivo de una historia corta y triste en la vida de los Cruzat. Así de duro y enfático es el momento que vive esta familia, arengada por los rezos y cubiertos por la esperanza de que en cualquier momento, el destino sea torcido.
Pero Felipe Cruzat es sólo uno más de los miles que se encuentran en la misma situación. En chile, cada año, el número de posibles donantes y los efectivos, disminuye, sobre todo por una negativa final de los familiares luego del deceso del individuo en cuestión. No es una decisión fácil ni mucho menos motivante, sobre todo si se trata de donar un órgano a un desconocido, pero tampoco se puede dejar de lado, la simple razón de la posibilidad de salvar una vida humana, que necesita el órgano para seguir viviendo, tarea no menos fácil, porque se trata de un proceso que toma años, no sólo en asimilación, sino en el simple hecho de llevar día a día una vida llena de limitaciones y condicionantes, que merman el existir de cualquier persona, pero jamás las ganas de seguir en el mundo y marcar la diferencia.
Muchas han sido las campañas en torno a este tema, pero se trata de un concientización a nivel mundial, objetivo vagamente cumplido, porque como mucha gente nace, también muchos mueren, por lo que, si el compromiso de la sociedad fuera total y real, el problema de la búsqueda de un donante dejaría de ser una aguja en un pajar. Aquello ni se estipula en programas de gobierno, ni en las mismas objeciones de la sociedad, supuesto juez de las gestiones de los estados a nivel mundial, porque es ahí donde se debe hacer presión y pujar porque hayan nuevas y buenas políticas en torno al tema de la donación de órganos.
Como su nombre lo dice, donar es solidarizar con otro ser humano, que debiera hacer lo mismo si estuviera en esa posición. Pudo ser otro y no Felipe el que aguardara por un corazón, y la interrogante siempre existirá, si la familia Cruzat hubiese donado los órganos de su pequeño si hubiera dejado de existir, para prolongar la vida de otro. Voy más allá, y me pregunto si la sociedad está lista para dejar su legado por la subsistencia de sus pares. Por lo visto, no es así.
Probablemente, Felipe Cruzat deje de existir. Se unirá al eterno listado de los decesos en la espera de un órgano que nunca llegó. Sumido en la oscuridad de la inconsciencia, no es sabido a ciencia cierta que pasa por la cabeza del pequeño, pero de seguro, sus rezos, su fuerza y su energía, estarán en los miles que aun tienen la esperanza de vivir, de seguir en una existencia que puso una piedra difícil de roer por como el mundo lleva su ideología, aquella que está lejos de ponerse en el lugar de los demás, y darlo todo por el otro, por el simple regocijo de otorgar vitalidad, cuando nuestra luz ya encontró su final.
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