¿Qué es ser chileno? Quizás la pregunta más difícil en estas fechas después de preguntar qué celebramos el 18 de septiembre. No, no es la independencia, sino que es la fecha en que se proclamó la Primera Junta Nacional, que dio pie a la organización de una nación cansada de abusos y de ser una colonia, y aunque no estaba lista para ser independiente, sus ansias y amor por su tierra, sembraron los frutos que apreciamos 200 años después cuando estamos a un año de celebrar el bicentenario de Chile.
Volviendo a mi pregunta, y quizás para cualquier nacionalidad, es difícil de contestar por tratarse de una inquietud ambigua, subjetiva, y cómo no iba a serlo si cada chileno vive su nacionalidad de acuerdo a su vida. Algunos tienen vergüenza y quisieron ser italianos como Marco Enríquez-Ominami, y otros cantaron “¿Por- qué no se van?” en la histórica década de los 80´. Otros simplemente se remiten a la “piscola” y a ser parte de un país tan largo y angosto que en el mapa casi se pierde si no fuera por las letras verticales que separan a nuestros vecinos Argentina, Perú y Bolivia.
Ser chileno es mucho más. Es un sentimiento que renace cada vez que el himno nacional suena en algún estadio europeo, o algún chileno logra resaltar sobre el resto en el área y en la disciplina que fuera o impone una curiosidad que ningún otro ciudadano del mundo se le hubiese ocurrido como el “astuto” que registró la luna como su propiedad.
Cómo olvidar los incesantes “C-H-I” cuando el país logró las sufridas medallas de oro en Atenas 2004 gracias a la proeza del “Nico” Massú y de Fernando González, o cuando Marcelo “Chino” Ríos lanzaba la raqueta al público y levantaba los brazos luego de derrotar a Andre Agassi para convertirse en el número uno del mundo.
La chilenidad es un amor que florece cuando estamos lejos de la patria y escuchamos con orgullo y aires de grandeza que Gabriela Mistral y Pablo Neruda son recordados como dos grandes de la poesía, dos premios Nobel, dos históricos, dos patriotas.
El patriotismo chileno es especial de por sí, algo así como el amor que reza Alejandro Sanz cuando canta “Qué fácil decir te quiero cuando estamos solos, lo difícil es hacerlo cuando escuchan todos”.
Chilenos que viven en el extranjero saben de eso y mucho más. Saben de la sensación que existe cuando juega la selección chilena y en un pequeño bar a 6 mil kilómetros de Chile se reúnen unos veinte y hacen el mismo ruido que una congregación en Plaza Italia luego de cada victoria nacional. Saben que cuando ven una bandera, una camiseta de un equipo chileno o escuchan el “wn”, se sienten un poco más cerca de casa y entran con la frase “¿Eri chileno?”. Una tradición.
Si hubiera una forma en que cada chileno viviera un tiempo fuera de su país y entendiera todo el amor oculto que hay por su patria, Chile sería otro, un país que sabe de sus malos tiempos pero que ha sabido levantarse y volver a enamorarse de si mismo.
Felicidades Chile.
Volviendo a mi pregunta, y quizás para cualquier nacionalidad, es difícil de contestar por tratarse de una inquietud ambigua, subjetiva, y cómo no iba a serlo si cada chileno vive su nacionalidad de acuerdo a su vida. Algunos tienen vergüenza y quisieron ser italianos como Marco Enríquez-Ominami, y otros cantaron “¿Por- qué no se van?” en la histórica década de los 80´. Otros simplemente se remiten a la “piscola” y a ser parte de un país tan largo y angosto que en el mapa casi se pierde si no fuera por las letras verticales que separan a nuestros vecinos Argentina, Perú y Bolivia.
Ser chileno es mucho más. Es un sentimiento que renace cada vez que el himno nacional suena en algún estadio europeo, o algún chileno logra resaltar sobre el resto en el área y en la disciplina que fuera o impone una curiosidad que ningún otro ciudadano del mundo se le hubiese ocurrido como el “astuto” que registró la luna como su propiedad.
Cómo olvidar los incesantes “C-H-I” cuando el país logró las sufridas medallas de oro en Atenas 2004 gracias a la proeza del “Nico” Massú y de Fernando González, o cuando Marcelo “Chino” Ríos lanzaba la raqueta al público y levantaba los brazos luego de derrotar a Andre Agassi para convertirse en el número uno del mundo.
La chilenidad es un amor que florece cuando estamos lejos de la patria y escuchamos con orgullo y aires de grandeza que Gabriela Mistral y Pablo Neruda son recordados como dos grandes de la poesía, dos premios Nobel, dos históricos, dos patriotas.
El patriotismo chileno es especial de por sí, algo así como el amor que reza Alejandro Sanz cuando canta “Qué fácil decir te quiero cuando estamos solos, lo difícil es hacerlo cuando escuchan todos”.
Chilenos que viven en el extranjero saben de eso y mucho más. Saben de la sensación que existe cuando juega la selección chilena y en un pequeño bar a 6 mil kilómetros de Chile se reúnen unos veinte y hacen el mismo ruido que una congregación en Plaza Italia luego de cada victoria nacional. Saben que cuando ven una bandera, una camiseta de un equipo chileno o escuchan el “wn”, se sienten un poco más cerca de casa y entran con la frase “¿Eri chileno?”. Una tradición.
Si hubiera una forma en que cada chileno viviera un tiempo fuera de su país y entendiera todo el amor oculto que hay por su patria, Chile sería otro, un país que sabe de sus malos tiempos pero que ha sabido levantarse y volver a enamorarse de si mismo.
Felicidades Chile.
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