Era el 29 de octubre de 1988. Florentina Soto esperaba con ansias la llegada de su cuarto bisnieto al mundo, un varón que debía nacer dos días después; pero el destino dijo otra cosa y nunca pudo ver abrir los ojos del pequeño Felipe, un bebé al que lo tildaron de “gringo” por sus casi invisibles cejas, ojos azules y un cuerpo abrazado por una gordura delineada por el pincel de Botero.
Felipe Humberto Vallejos Mellado se enteraría años después que nunca pudo conocer a su bisabuela, que tenía un gato llamado Felipe y que gustaba de los rubios; así es la vida. Mientras tanto, en esa calurosa tarde del aún no tradicional Halloween, el nuevo habitante de la clínica Francesa nacía y llegaba al mundo siendo el cuarto y último integrante de la familia, era el “bebé” de la casa.
Cuando tenía menos de un año, Patricia Mellado, su madre, tomó la decisión de hacer maletas y doblarle la mano al destino de una vida que le auguraba malos momentos. Su padre biológico no encontraba la madurez para hacerle frente a una familia y sólo vería a Felipe y a su hermana Patricia Vallejos esporádicamente, con salidas sabatinas al cine y en los veranos un cierto de periodo de tiempo, que poco a poco comenzaba a caer por su propio peso.
La vida le deparaba desafíos que lo forzaron a madurar anticipadamente. Su madre tenía hasta tres trabajos para mantener a sus hijos y muy poco tiempo para educarlos. Encontró un aliado en el “gringo” ya que se trataba de alguien tranquilo, “dócil” como suele decir su madre y algo apagado aunque en el buen sentido.
Luego de un tiempo marcado por la incertidumbre, un hombre llamado Christian Mahuzier se cruzó en el camino y los tomó de la mano sin obligación alguna, pero que terminaría dando su vida y esfuerzo por ellos, siendo su papá, su sustento, su amor, su último eslabón que tantas veces brilló por su ausencia.
Sin fisionomía ni apellido que ayudara, todo el mundo sabía que Felipe era Vallejos y no Mahuzier, pero la vida diaria y la educación marcaron la diferencia en su vida. No fue solamente el concepto familiar que se trató cada momento, ni todos los juguetes que le adquirieron, sino que fue la figura paternal presente en su vida, la formación personal y educacional, la construcción de un joven que vería más allá.
Asistió casi toda su vida al Thomas Jefferson School, de los primeros colegios bilingües presentes en Concepción, ciudad al sur de Santiago de Chile, y que le darían las herramientas necesarias para encontrar el amor de su vida: el periodismo. No sería hasta muchos años después que revelaría en su blog sus dolores, verdades y sueños que quería alcanzar en su jovial pero intensa vida.
Años de estabilidad y crecimiento marcaron su niñez. Cuando tenía ocho años llegó al mundo la pequeña Milka, quien a pesar de ser media hermana, sacó un parecido físico mucho más cercano que con Patricia, la mayor de los tres hermanos. Para salir de apuros, su hermana más grande, aseguraba que era adoptado y que por eso no tenían parecido alguno.
Poco tiempo después, Felipe viviría uno de sus más grandes dolores: la enfermedad de su hermana más pequeña. A los seis años, Milka fue diagnosticada con Diabetes tipo I, más conocida como la diabetes juvenil, una condición de vida que debería llevar por el resto de sus días, teniendo que preocuparse por la comida que consumiera, la insulina que debía inyectarse y lo peor de todo, perderse lo más preciado que tiene un niño: su inocencia y visión por la vida.
La familia vivió el pesar de manera fuerte e inesperada. Todos cooperaron y estudiaron para que Milka se sintiera acogida y pudiera sobrellevar el dolor. No fueron tiempos fáciles, el trabajo escaseaba y la situación se tornaba inestable. Su padre tomó la decisión de buscar nuevos rumbos y mudarse a Santiago, la capital de Chile, donde trabajaría un año y medio para luego volver a Concepción debido a que la situación no mejoró, más bien empeoró. Lo impensado se aproximaba.
Mayo de 2007. El corazón de un hippie irremediable le decía a Christian Mahuzier que era momento de vivir la experiencia extranjera con toda la familia y buscar nuevos horizontes laborales, y fue así como decidió trasladarse a República Dominicana con su esposa, Milka y Felipe, dejando a Patricia, la hermana mayor, en Chile debido a los pocos años de estudio que le quedaban.
Los sentimientos eran encontrados. Felipe sintió el impacto de no saber qué estaba por venir, aunque con el conocimiento de tantos programas y documentales sobre chilenos viviendo en el extranjero, conocidos como los “patiperros”; ahora sería uno de ellos.
Luego de tener más de una despedida con sus amigos y familiares, un melancólico “Felo” armó las maletas y su corazón, diciéndole adiós a su amado Chile, ese que no ha vuelto a ver más que en el horizonte y en sus recuerdos. Dos años han pasado desde esa vista hacia atrás por la ventana del avión, ese último rayo de sol de su querida patria.
En la actualidad, se encuentra estudiando lo que le apasiona en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM) y trabajando hace pocos meses en una revista en el comienzo de su incursión en los medios de comunicación. Vive una etapa que parecía tan lejana, pero que poco a poco se convierte en una realidad prometedora y una que de seguro dejará una huella imborrable en su paso por una isla en el caribe, que dejó de ser un mal recuerdo para pasar a ser una etapa de crecimiento y madurez que durará por toda la vida.
Felipe Humberto Vallejos Mellado se enteraría años después que nunca pudo conocer a su bisabuela, que tenía un gato llamado Felipe y que gustaba de los rubios; así es la vida. Mientras tanto, en esa calurosa tarde del aún no tradicional Halloween, el nuevo habitante de la clínica Francesa nacía y llegaba al mundo siendo el cuarto y último integrante de la familia, era el “bebé” de la casa.
Cuando tenía menos de un año, Patricia Mellado, su madre, tomó la decisión de hacer maletas y doblarle la mano al destino de una vida que le auguraba malos momentos. Su padre biológico no encontraba la madurez para hacerle frente a una familia y sólo vería a Felipe y a su hermana Patricia Vallejos esporádicamente, con salidas sabatinas al cine y en los veranos un cierto de periodo de tiempo, que poco a poco comenzaba a caer por su propio peso.
La vida le deparaba desafíos que lo forzaron a madurar anticipadamente. Su madre tenía hasta tres trabajos para mantener a sus hijos y muy poco tiempo para educarlos. Encontró un aliado en el “gringo” ya que se trataba de alguien tranquilo, “dócil” como suele decir su madre y algo apagado aunque en el buen sentido.
Luego de un tiempo marcado por la incertidumbre, un hombre llamado Christian Mahuzier se cruzó en el camino y los tomó de la mano sin obligación alguna, pero que terminaría dando su vida y esfuerzo por ellos, siendo su papá, su sustento, su amor, su último eslabón que tantas veces brilló por su ausencia.
Sin fisionomía ni apellido que ayudara, todo el mundo sabía que Felipe era Vallejos y no Mahuzier, pero la vida diaria y la educación marcaron la diferencia en su vida. No fue solamente el concepto familiar que se trató cada momento, ni todos los juguetes que le adquirieron, sino que fue la figura paternal presente en su vida, la formación personal y educacional, la construcción de un joven que vería más allá.
Asistió casi toda su vida al Thomas Jefferson School, de los primeros colegios bilingües presentes en Concepción, ciudad al sur de Santiago de Chile, y que le darían las herramientas necesarias para encontrar el amor de su vida: el periodismo. No sería hasta muchos años después que revelaría en su blog sus dolores, verdades y sueños que quería alcanzar en su jovial pero intensa vida.
Años de estabilidad y crecimiento marcaron su niñez. Cuando tenía ocho años llegó al mundo la pequeña Milka, quien a pesar de ser media hermana, sacó un parecido físico mucho más cercano que con Patricia, la mayor de los tres hermanos. Para salir de apuros, su hermana más grande, aseguraba que era adoptado y que por eso no tenían parecido alguno.
Poco tiempo después, Felipe viviría uno de sus más grandes dolores: la enfermedad de su hermana más pequeña. A los seis años, Milka fue diagnosticada con Diabetes tipo I, más conocida como la diabetes juvenil, una condición de vida que debería llevar por el resto de sus días, teniendo que preocuparse por la comida que consumiera, la insulina que debía inyectarse y lo peor de todo, perderse lo más preciado que tiene un niño: su inocencia y visión por la vida.
La familia vivió el pesar de manera fuerte e inesperada. Todos cooperaron y estudiaron para que Milka se sintiera acogida y pudiera sobrellevar el dolor. No fueron tiempos fáciles, el trabajo escaseaba y la situación se tornaba inestable. Su padre tomó la decisión de buscar nuevos rumbos y mudarse a Santiago, la capital de Chile, donde trabajaría un año y medio para luego volver a Concepción debido a que la situación no mejoró, más bien empeoró. Lo impensado se aproximaba.
Mayo de 2007. El corazón de un hippie irremediable le decía a Christian Mahuzier que era momento de vivir la experiencia extranjera con toda la familia y buscar nuevos horizontes laborales, y fue así como decidió trasladarse a República Dominicana con su esposa, Milka y Felipe, dejando a Patricia, la hermana mayor, en Chile debido a los pocos años de estudio que le quedaban.
Los sentimientos eran encontrados. Felipe sintió el impacto de no saber qué estaba por venir, aunque con el conocimiento de tantos programas y documentales sobre chilenos viviendo en el extranjero, conocidos como los “patiperros”; ahora sería uno de ellos.
Luego de tener más de una despedida con sus amigos y familiares, un melancólico “Felo” armó las maletas y su corazón, diciéndole adiós a su amado Chile, ese que no ha vuelto a ver más que en el horizonte y en sus recuerdos. Dos años han pasado desde esa vista hacia atrás por la ventana del avión, ese último rayo de sol de su querida patria.
En la actualidad, se encuentra estudiando lo que le apasiona en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM) y trabajando hace pocos meses en una revista en el comienzo de su incursión en los medios de comunicación. Vive una etapa que parecía tan lejana, pero que poco a poco se convierte en una realidad prometedora y una que de seguro dejará una huella imborrable en su paso por una isla en el caribe, que dejó de ser un mal recuerdo para pasar a ser una etapa de crecimiento y madurez que durará por toda la vida.
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