No fue un año fácil, pero ¿cuál lo es? Países como el de nosotros, catalogados como tercermundistas, en vías de desarrollo, pidiendo cuánto préstamo se pueda hasta para cubrir el doble sueldo con tal de calmar las aguas, en un país como el de nosotros, donde el logo partidista pesa más que el arte de hacer política, en un país como el de nosotros, que odia a su vecino pero lo necesita tanto como su vecino lo necesita a él.
El 12 de enero se acabó la fiesta, abrimos los ojos y el mundo se posó sobre la pequeña isla del Caribe, sacudida por un terremoto de 7,0 grados en la temida escala de Richter, acabando con las débiles estructuras haitianas y con la poca moral de sus ciudadanos.
Mientras en Santo Domingo y en todo el país, más que desgracia habían comentarios de lo ocurrido y uno que otro llanto por tener a un ser querido en el vecino país.
Una vez más, República Dominicana estaba protegida, “bendecida” en boca de su pueblo mayoritariamente cristiano, que pareciera que mientras más jodido está, y más pobre se queda, más creyente se pone, como una paradoja, como un envión de esperanza de que cuando todo está perdido y el humano te defrauda, la fe te estimula hasta el último de tus días.
Y llegó Marcos, con los Objetivos del Milenio entre brazada y brazada, con una fuerza memorable y un patriotismo admirable. Cruzó, o mejor dicho nadó a través de los continentes, con un claro mensaje de que los problemas sociales, políticos y económicos deben ser superados de manera conjunta, y con una bandera dominicana bajo el brazo, demostró, como tantas veces, que no todos somos corruptos, que no todo está perdido, que el sueño de un país mejor, sigue intacto.
Se fue Don Freddy, cuando más lo necesitábamos, cuando más su mensaje debía llegar a nosotros, esas palabras que aunque a veces se pasaban de tono, no era menos cierto que tenían mucha razón y quizás impotencia en su contenido. Mal que mal, vivimos en el país de las maravillas, en el corazón de lo que muchos consideran paraíso, y vaya que lo era para Freddy Beras Goico, un comunicador que nunca quiso dejar su tierra porque no le interesaba buscar mejores horizontes económicos. Eligió mantenerse en el frente de batalla y dar hasta el último aliento, lo mejor que tuvo y por lo que más fue querido, por ser simplemente, un dominicano más.
El Congreso nos sacó de quicio, aprobó todo lo que su padre le dijera, olvidándose de la voluntad popular, y en su lugar, primando lo que los morados le dictaban, mientras los blancos con la memoria más sensible que nuestras vidas hayan presenciado, se pusieron de parte de la sociedad civil, y protestaron por lo que es justo, pero por lo que extrañamente tampoco hicieron realidad cuando tuvieron la oportunidad. Pero llegó papá, ¿o jajá?
El amarillo se transformó en la consigna, en la manera en que se salía a las calles a dar cuenta del descontento, de las ganas de cambiar, del ímpetu popular, de no demandar, sino de exigir lo que es justo, al ritmo de pancartas, de ropa y de un grito al unísono: “Queremos educación”.
Ese fue el 2010, un año de sacudidas, de amarillo y de objetivos no cumplidos, pero aguarden, no todo es malo. Al menos el país creció un 7,8 por ciento y se crearon 160 mil nuevos empleos. Me encantaría saber dónde fue eso.