jueves, 3 de marzo de 2011

Inconsecuencia pura


“Veo de lejos lo que tú no ves de cerca” me chocó y me inspiró. Pensé en las cientos de personas homosexuales que “temblaron” cuando veían cómo los humoristas que pisaban el escenario del Festival de Viña lo transformaban en una vitrina de homofobia.

Miles de personas disfrutaron del show de Mauricio Flores y de Óscar Gangas, quienes acudieron al bajo recurso de burla absoluta a las minorías sexuales, un “espectáculo” reprochable que se veía en gran parte de Latinoamérica, fomentando menosprecio, discriminación y una realidad que hemos construido a punta de golpes sociales a los homosexuales.

No me gustaba ni me gusta demasiado la música de Calle 13, pero la noche que le tocó actuar, que coincidió con el show de Mauricio Flores, me quedé sorprendido de lo que se atrevió a hacer y más específicamente a decir: “No me gustan que se rían de los homosexuales”.

Entre aplausos y murmullos, la gente sabía que estaba en lo cierto, pero con algún grado de remordimiento por haberse reído a carcajadas hace unas horas atrás y haber premiado la rutina más homofóbica del último tiempo, algo que a esta altura, no debiera ser aceptado en un festival del calibre del de Viña del Mar.

Rápidamente los aplausos se transformaron en conciencia, en una oportunidad para dejar el rechazo y la homofobia, que destruye sociedades y fomenta la violencia, absolutamente innecesaria y sin sentido.

Nadie dijo nada cuando se mofaban de los homosexuales; ¿pasaría lo mismo si se rieran del abuso infantil, del holocausto o de la desgracia de Haití? No estoy seguro.

martes, 1 de marzo de 2011

El eterno debate de Dios


Ya no podemos compararlo con la discordia entre la gallina y el huevo. La ciencia ya comprobó que la gallina fue primero porque la pata posee un componente que es necesario para la creación del huevo. Se demostró y se acabó el debate. ¿Y Dios?

Hace dos mil años un “loco” cumplió 30 años y comenzó a predicar que era el profeta, el hijo de Dios, enviado para salvar al pueblo y guiar al mundo desde entonces. Lo mataron, “resucitó” y nos dejó, prometiendo volver. Hasta hoy, no ha ocurrido y hasta hoy, no se ha comprobado nada más que la existencia de un hombre que se llamó Jesús y que muchos lo siguieron hasta el último día.

Mucha agua debajo del puente ha pasado en estos dos mil años. Guerras, religiones para todos los gustos, discrepancias de interpretación y una fe tan ciega como la misma creencia, basadas en un libro que se denomina sagrado por poseer la palabra del señor, pero que fue escrita por hombres, imperfectos de por sí, y que ha pasado por muchas manos y más de una tergiversación.

En el nombre del señor se han hecho barbaridades y buenas acciones. En el nombre del señor se ha asegurado que existe un paraíso y un infierno, que si crees en Dios, la existencia del Diablo es bastante probable, y que el Juicio Final vendrá, aunque dos mil años después seguimos a la espera de ese gran día.

Hay tantos creyentes que son absolutamente negados a estar equivocados, pero lo que no ven es que se trata de una creencia cultural, que si no hubiese sido por la llegada de los españoles, que exterminaron y violaron a las culturas americanas que habitaban antes de su arribo, nunca hablaríamos de Dios, sino de Dioses, no seríamos supuestamente monoteístas, sino politeístas, y que el Dios Sol sería el tema central de conversación, donde aseguraríamos que milagros que han pasado por nuestras vidas nos han comprobado que el Dios Sol sí existe.

Estamos solos. No sólo porque no hay nadie que me pueda explicar con lógica la existencia de Dios, sino porque existe una contradicción tan horrorosa que ponemos al hombro de ese ser Todopoderoso las cosas buenas pero todo lo malo pasa a ser nuestra culpa.

La ciencia por su lado, ha ido demostrando con los años y con poco tiempo de tecnología de primera a mano, los enigmas que el humano se ha planteado, y su ambición crece rumbo a descubrir cómo el mundo fue creado, descartando de plano que un ser que nunca nadie ha visto haya hecho la tierra en siete días.

Me llaman niño e ingenuo por creer en Papá Noel, un mito que cuenta cómo un hombre reparte regalos por el mundo abordo de un trineo y depositando los mismos por la chimenea, o al decir que creo en el ratoncito que me deja dinero cuando pierdo un diente. ¿Por qué no dicen lo mismo de aquellos que confían en un hombre que supuestamente caminó por el agua, multiplicó la comida, convirtió el agua en vino y resucitó después de ser asesinado?