domingo, 5 de julio de 2009

Simplemente un gigante


Roger Federer ya escribió la historia legendaria del tenis, luego de conquistar su decimoquinto Grand Slam, su sexta corona en tierras inglesas y recuperar el trono del primer lugar del ránking de la ATP World Tour, que estuvo por 48 semanas en poder del español, Rafael Nadal.

Con el de Wimbledon, el suizo totalizó 60 torneos del circuito, logró desplazar a Pete Sampras como el más ganador de los Slams y se perfila como serio candidato a quedar como el mejor de los mejores al final de la temporada, en la cual ya rozó la hazaña en Australia, levantó el trofeo en Roland Garros y se adueñó del césped del All England.

Por si fuera poco, el mismo "Pistol Pete" fue hasta Londres para presenciar la final entre el suizo y Andy Roddick, quien venía con sed de venganza luego de las dos caídas en la instancia final a manos de Federer. Como si se tratase de una historia repetida, el estadounidense, jugando a gran nivel, no pudo contra la maestría y el talento de "Fedex", quien extremó recursos para llevarse el partido en cinco sets y cuatro horas de juego; una verdadera maratón de tenis.

Se hizo justicia, y no por cosas injustas, sino porque el destino lo quizo así, y es que el responsable de que Roger Federer no haya conquistado más Grand Slams y haya perdido el primer lugar de la ATP se llama Rafael Nadal, un monstruo del tenis que se apareció en el camino del suizo hace unos años y comenzó a trabar el camino de la gloria del tenis y la historia del helvético, que tuvo que atravesar más de una crisis antes de tocar el cielo.

Todos los fantasmas desaparecieron luego de levantar de una buena vez el "grande" que le faltaba: Roland Garros. Sus posibilidades se acentuaron cuando el sorprendente Robin Soderling dejó en el camino al agotado y lesionado Rafael Nadal, quien más tarde tendría que retirarse de Wimbledon y abrirle el camino a Federer y su vuelta al olimpo del tenis. Sin Nadal en la arcilla parisina, Roger se hizo amo y señor del torneo y aplicando toda su explosión, aplastó al mismo Soderling en la final y de esa manera, pudo conquistar el Grand Slam (los cuatro grandes), sacándose un peso de encima, un peso que le reportaría alegrías impensadas.

en las últimas semanas de junio, el All Englan Lawn Teniss Club se preparaba para albergar el torneo más tradicional del mundo, el cual sería escenario de la proeza del más grande de la historia. Wimbledon era el momento y la instancia perfecta para que Federer volviera en gloria y majestad al sitial que merece un jugador de su naturaleza, un fenómeno nunca antes visto. Por si fuera poco, toda la atención se centró en él cuando Nadal anunciaba que no jugaría Wimbledon tras no superar una rebelde lesión a la rodilla, que incluso mermó su tenis en Roland Garros, y ahora, lo alejaba del césped inglés y del número uno del mundo, que tenía los días contados en las manos del manacorí.

Dos semanas aplastantes; pocos sets dejados en el camino y un talento que mejoró con los días, fue el repertorio de Roger Federer, que tuvo como último escollo a un viejo conocido: Andy Roddick. Comenzó perdiendo el primer set ante el sorprendente norteamericano, quien demostró toda su experiencia y despliegue, sobre todo por su saque, que dejaba atónitos a los asistentes. Pero luego entraría Federer, quien se llevó el segundo set luego de salvar cuatro puntos en el Tie Break, equiparando el marcador. Misma historia en el tercero; ganando puntos claves, el suizo se ponía 2-1 en sets ante Roddick y se encontraba a 6 games de la historia.

En el cuarto set, Federer bajó su nivel y Roddick se lo hizo saber. Con nulas posibilidades de quebrar y cediendo su saque, el suizo dejó escapar la cuarta manga por 6-3, dejando todo para el quinto y definitivo set. En el desenlace, llegaron a estar a 14 juegos igualados, y nadie cedía, hasta que ocurrió lo impensado. Luego de cerrar su saque y ponerse 15-14, Federer abrazó la historia y logró quebrarle el saque al impotente Roddick, quien vio como su oportunidad se le esfumaba, y se convertía en un espectador más de la escritura dorada de la historia del tenis con un autor inmortal: Roger Federer.

El helvético se convierte así, en el más grande de su época, se mete en la pelea por la autoría del mejor de los mejores, e ingresa al salón de las leyendas, una habitación que reune a los más talentosos, pero también, a los que han sabido concretar sus posibilidades, renacer de sus crisis y tener la pasta de campeón, con la cual se nace, no se hace; y Federer es la prueba viva de que lo imposible es posible y mucho más.